"Espero que no me pase algo así, es para volverse loca. También podría ser que ella lo esté, pero cuando la conocí me pareció cuerda... aunque al final de una cuerda puede haber atada una loca".
Pierrot. "Los Diarios de Enriqueta Martí"


"Las Vampiras" eran mujeres que se dedicaban a raptar a niños para extraer su sangre, su grasa y el tuétano de sus huesos, además de usar sus cabellos para rellenar almohadas y hacer pelucas.

El caso real más famoso es también el más aterrador. Fue obra de una mujer: su nombre era Enriqueta Martí y sembró de horror la Barcelona de 1912. Secuestraba, prostituía y asesinaba a niños para extraerles la sangre, la grasa y el tuétano de los huesos, y elaborar pócimas que sus clientes consideraban mágicas.


El 10 de febrero de 1912, desapareció en Barcelona una niña de cinco años llamada Teresita Guitart. Ya era casi de noche cuando Ana, la madre de Teresita, se había detenido en la puerta de su domicilio a charlar con una vecina y le soltó la mano a su hija pensando que subiría sola hasta el piso. Pero no fue así. Cuando el marido vio llegar a su esposa sin Teresita, preguntó extrañado: “¿Y la nena?”. La buena mujer lanzó un grito y bajó corriendo a la calle, pero ya era demasiado tarde, no había rastro de la niña.

Lo que había ocurrido era que Teresita, en lugar de subir a su casa, se alejó un poco y de repente sintió que una mano cogía la suya y que una mujer extraña le decía con acento mimoso: “Ven, bonita, ven, que tengo dulces para ti”. La pequeña se dejó llevar un trecho, pero al ver que se alejaba demasiado de donde estaba su madre, se soltó y trató de regresar. Pero la desconocida desplegó un trapo negro con el que cubrió por completo a la niña, la agarró en brazos para ahogar sus gritos y se perdió con su presa.



Los titulares sobre el secuestro


La prensa tomó el caso y le dio amplia cobertura. El gobernador civil trataba de convencer a todos de que era “completamente falso el rumor que se está extendiendo por Barcelona acerca de la desaparición, durante los últimos meses, de niños y niñas de corta edad que, según las habladurías populacheras, habrían sido secuestrados”.

Pero el rumor era cierto. Todos los esfuerzos policiales resultaron nulos, pero una vecina descubrió el paradero de la niña desaparecida. Su nombre era Claudina Elías, y un buen día se fijó en la cara de una niña que la miraba a través de los sucios cristales de una ventana. Le pareció que su expresión era implorante.

Allí vivía una mujer con un niño y una niña, pero el rostro de aquella criatura de cabeza rapada no le resultaba familiar. Se lo comentó a un colchonero y éste se lo hizo saber al policía municipal José Asens, quien se lo comunicó a su jefe, el brigada Ribot. Así que a primera hora de la mañana del 27 de febrero de 1912, Ribot se presentó en el entresuelo 1ª del número 29 de la calle de Ponent. Con la falsa excusa de que iba a inspeccionar una denuncia sobre la pertenencia de “gallinas” en aquel domicilio, Ribot entró y se topó con dos niñas de corta edad.



La prensa se hizo eco del caso


La secuestradora fue identificada como Enriqueta Martí Ripollés, de 43 años y con antecedentes por corrupción de menores. Ella misma se prostituía antes de cumplir 20 años, desde el día en que se dio cuenta de que siendo criada no llegaría a ninguna parte. Un día se casó con un pintor fracasado, Juan Pujaló, un tipo que se alimentaba de alpiste como los pájaros, porque lo había aprendido en un manual de naturismo.

Diez años duró la relación, aunque hasta seis veces se separaron en este periodo. La última y definitiva había sido cinco años antes. Había sido detenida en 1909, cuando descubrieron que tenía un prostíbulo integrado por menores de ambos sexos, cuyas edades iban desde los 5 hasta los 16 años. Librada de ese asunto por la intercesión de alguien muy poderoso, Enriqueta Martí, a pesar de que no tenía problemas económicos, solía mendigar y acudía todas las mañanas a centros de acogida, conventos, parroquias y asilos, pidiendo limosna y comida. A media tarde salía de su casa elegantemente vestida con sedas y terciopelos, y tocada la cabeza con pelucas y sombreros.

La declaración de una de las niñas, Angelita, fue sobrecogedora. Ella conoció a Pepito, un niño rubio de su misma edad con el que solía jugar hasta que un día presenció un hecho sobrecogedor:

“Mamá no se dio cuenta de que yo la vi cómo cogía a Pepito, lo ponía sobre la mesa del comedor y lo mataba con un cuchillo. Yo me fui a mi cama y me hice la dormida”.



Pepito, una de las víctimas de Enriqueta Martí



Tanto impresionaron al pueblo de Barcelona las declaraciones de las dos pequeñas que se abrieron suscripciones populares para abrirles una libreta de la Caja de Ahorros y hasta fueron presentadas en público. En el Teatro Tívoli, por ejemplo, se celebró una función en su honor y en los carteles se decía: “Teresita y Angelita asistirán a la representación desde un palco”.



Niña asesinada por Enriqueta Martí


Cuando el juez ordenó el registro de la casa de Enriqueta Martí, inició la pesadilla. Los del juzgado se quedaron atónitos cuando entre aquellas habitaciones sórdidas y malolientes descubrieron un suntuoso salón amueblado con gusto exquisito. El mobiliario, las lámparas, el cortinaje, las butacas y los sofás costaban una fortuna. En un armario colgaban dos trajecitos de niño y otros dos de niña; había medias de seda y zapatitos a juego con los trajes. También fueron encontrados las pelucas rizadas y los finos trajes de confección que Enriqueta vestía en sus misteriosas salidas.



Otra de las víctimas


Un paquete de cartas llamó la atención de los funcionarios. La mayoría estaban escritas en lenguaje cifrado, y abundaban en ellas las contraseñas y las firmas con iniciales. Apareció también una lista, una relación de nombres, que daría mucho de que hablar a la opinión pública. En la cocina encontraron un saco del que habían hablado las dos niñas: contenía un trajecito de niño y un cuchillo ensangrentados.

En otra habitación descubrieron un saco de lona, aparentemente lleno de ropa sucia y vieja, pero en cuyo fondo había huesos de niños. Se contaron costillas, clavículas, rótulas, que los expertos identificaron como pertenecientes a treinta niños diferentes. Todos tenían señales de haber sido expuestos al fuego, lo que, según los médicos, hacía suponer que los niños habían sido sacrificados para extraer grasa de sus cuerpos.

Tras un armario descubrieron la cabellera rubia de una niña de unos tres años, aún con el cuero cabelludo, trozos de carne y sangre seca. La macabra expedición concluyó en una habitación cuya cerradura tuvieron que forzar y en la que aparecieron medio centenar de frascos, rellenos unos de sangre coagulada, otros de grasa humana, y el resto con sustancias que fueron enviadas a un laboratorio para su análisis. Junto a las pócimas había un libro antiquísimo con tapas de pergamino, que contenía fórmulas extrañas y misteriosas. Y también un cuaderno grande lleno de recetas de curandero para toda clase de enfermedades, escritas a mano, en catalán y con letra refinada.

Ante las abrumadoras pruebas, Enriqueta reconoció que era curandera y que vendía filtros y ungüentos. “Confecciono remedios utilizando determinadas partes del cuerpo humano”. Y, de forma repentina, vociferó: “¡Que registren el piso! ¡Que piquen bien las paredes y encontrarán algo! Como sé que me subirán al patíbulo, quiero que conmigo suban los demás culpables”.



Retrato de Enriqueta Martí con la cabellera de una niña muerta en su mano
A nadie escapaba que tras los crímenes de Enriqueta Martí tenía que haber personas con suficientes recursos económicos para satisfacer sus perversiones. En la famosa lista de nombres hallada en la calle de Poniente, una lista de la que todo el mundo hablaba pero nadie conocía, había una relación de nombres y domicilios en la que, se rumoreaba, figuraban médicos, abogados, comerciantes, algún escritor, políticos y otras personalidades.



Fueron registrados también los otros domicilios que Enriqueta Martí poseía. El resultado fue aterrador: en un piso de la calle de Picalqués se halló un falso tabique que ocultaba un hueco en el que aparecieron más huesos, entre ellos varias manos de niño. Una crónica de la época afirma que “con los huesos fue encontrado un calcetín de niño que debió de pertenecer a un hijo de familia muy humilde, porque está zurcido y añadido desde su mitad con hilo de otro color”. En una casa de la calle de Tallers hallaron huesos y dos cabelleras rubias de niñas de corta edad.

En una torre de Sant Feliu de Llobregat aparecieron libros de recetas y nuevos frascos con sustancias desconocidas. Y finalmente, en el patio de una casa de la calle de los Jocs Florals de Sants, descubrieron el cráneo de un niño de unos tres años, que todavía presentaba adheridos a la piel algunos cabellos y una serie de huesos que los forenses reconocieron como pertenecientes a tres niños de tres, seis y ocho años.



La colección de niños muertos de "La Vampira de Barcelona"

Docenas fueron las criaturas identificadas como víctimas de Enriqueta Martí que se incluyeron en el sumario. Los periódicos escribieron frases como: “Esos huesos hablan de crímenes bárbaros, y esos emplastos y esas curas, de supercherías medioevales”. Y Millán Astray, jefe superior de policía, definió a la Martí como “una neurótica que se creía curandera, un caso de bruja antigua que hubiera sido quemada viva en la hoguera”.

Durante los meses siguientes, las noticias sobre el caso aparecieron diariamente en los periódicos. Enriqueta Martí había sido encarcelada y la vigilancia sobre ella era constante, ya que había intentado suicidarse contándose las venas en su celda.

Meses después se supo que Enriqueta Martí había fallecido en el patio de la cárcel linchada por sus compañeras presas. Se especuló que antes de ser golpeada ya estaba muerta, envenenada por encargo de alguien interesado en su desaparición. Nada se pudo probar. Lo único cierto es que nunca llegó a celebrarse el juicio, que los nombres de las personas que figuraban en sus lista nunca fueron publicados y que Enriqueta Martí se convirtió en un mito.